29.3.10

Mar Azul





02/10
(Sacadas con una cámara horrenda)

Nikon f3 I











03/10
(Por Mar&Co)

27.3.10

Yo no rompí ninguna regla

Que venís, que vas, que decís, que pensás
que todo está acá,
en frente y a mis ojos
(tus ojos)
Que vos sabés, y si no te enterás
y que no cambiás más, eh
Que opinas

¿Qué opinás?
¿qué decís? ¿qué hacés? ¿qué pensás?
Que yo vengo y vos vas
(y venís también, por supuesto)
Que vas y mirás, te enterás, analizás
(me analizás) y descubrís

Descubrís

Descubrís el mundo, los hechos,
los pensamientos
Descubrís el monstruo.

Tu gorra y tu pipa te hacen Sherlock Holmes,
y frente a mí exponés toda la cuestión
Y tenés la razón, como siempre,
para siempre (y como nunca)
Inexorable y sin discusiones

Tus ojos son de Dios
y tu poder es superior
¡tu lucha por la verdad
jamás se acabará!
Castigás a los culpables con sabia decisión,
tu cetro de poder no cae en la sumisión
Si total el bien y el mal acá vos definís
y toda subversión acá vos impedís

Las cosas están muy mal
¡pero las solucionarás!
Ya está escrito tu destino,
y poco a poco, cada cosa, regresarás al buen camino




Tus manotazos de ahogado me causan compasión
años y años de descuido no se cambian sin tensión
Quince años han pasado,
mucho está determinado
General, esto es así
¡bienvenido a mi país!

Sus esfuerzos agradezco,
pero su respeto merezco
Su iniciativa apoyaré,
pero el trono de estas tierras, a sus pies no cederé
No es ninguna rebelión
¡agradezco la diversión!

Eso sí, las pelotas no rompás
Che boludo, ¿qué decís? ¿qué opinás?


03/10

I

Tenía 52 años y se sentía vieja. Su aspecto de abuela dulce e inofensiva contrastaba febrilmente con la fiera batalla que se libraba en su interior. Después de toda una vida de lucha y derrota constante contra la soledad y contra sí misma, se había resignado a enclaustrarse en su hogar y dejarse abatir lentamente por una senilidad completamente irracional a su edad, y realmente casi inexistente aunque para ella fuese un castigo terrible que la golpeaba intermitentemente, convirtiéndola en un inútil saco de huesos.

Existían esos días en los que se levantaba y al mirarse al espejo descubría la imagen de un inicio de abuela de plaza, y contemplaba con una rabia sorda aquellos surcos desgraciados que invadían de a poco sus manos y su rostro, y por un momento recuperaba toda su energía y su juventud mientras hacía añicos aquella imagen, gritando de furia y pasión, y sacaba de su encierro sus ropas de juventud. Así pasaba horas convirtiéndose (o intentando convertirse) en lo que había sido alguna vez cuando los campos aún no estaban marchitos y cuando el paso del tiempo y de las lluvias no habían agrietado todavía el blanco de las paredes.

Cuando terminaba su juego, solía volver al pasado y disfrutar de la vitalidad de antaño, y recorría la casa encargándose de mil asuntos, o servía té para cinco y conversaba con sus viejas amigas casi o tan rejuvenecidas como ella (con las cuales había perdido contacto hace años o simplemente habían muerto prematuramente), y trataba las noticias más recientes del pueblo, de la moda o del mundo. Esta irreal resurrección solía terminar de noche y en el mismo lugar donde había comenzado, frente al espejo del baño de la planta alta, donde deshacía su disfraz de niña y volvía a su apacible y antigua imagen, o en ocasiones, en medio de la fiesta del té, cuando lentamente se erguía y con una paciencia de mil años guardaba parsimoniosamente los utensilios de la comida, para terminar otra vez donde todo había comenzado, frente al espejo del baño de la planta alta para deshacer su disfraz.

Eran mínimas y casi nulas las veces que sentía el ardiente deseo y necesidad de salir de su soledad y compartir su ella misma con la gente, entonces se cubría con un chal y una mantilla y se deslizaba rápidamente por las calles del pueblo para no ser reconocida, e iba a la localidad vecina, donde caminaba henchida de orgullo y de renovación por el centro de la ciudad, buscando la mirada intrépida de los muchachos allí sentados, que sólo en contadas ocasiones lograba, y a veces volvía a su casa a terminar el juego y dormir apaciblemente hasta que un sorbo de sol tibio la despertara a la mañana siguiente.

Sin embargo, otras veces y cuando fracasaba su empresa, esperaba hasta el anochecer e iba a los bares más condenados y tuguriosos que tal vez existiesen en la faz de la tierra, a regalar su amor por un poco de compañía, y a sentir en carne viva el evanescente recuerdo de una pasión y un amor que en otro tiempo le había corrompido las entrañas y desbordado por cada centímetro de su cuerpo y su alma, convirtiéndola en un animal en búsqueda perpetua de aquellos roces y gruñidos que la destrozaban hasta lo más hondo de su ser y le desgarraban la garganta y los sesos con el solo anhelo de su presencia.

Esas noches, regresaba tarde a casa, y se tiraba a dormir con disfraz y sonrisa de adolescente complacida, para despertarse al día siguiente convertida nuevamente en un proyecto de abuela, que mientras desayunaba pensaba en ir a la plaza del pueblo a alimentar las palomas y ver corretear a quienes, desgraciadamente, jamás podrían ser sus nietos.

01/10

No preguntar por cortesía

Ponerme en puntas de pie siempre fue tan natural. En mí, digo.

Para besarte

en la frente, en la mejilla o en tu boca. Porque no te gusta

tomarnos de la mano, aunque yo quiera.

Estaría bueno, tal vez un día

probarnos de otra forma. Ponerte

un disfraz de mí o de golondrina, o simplemente pintarte

los párpados de rosa. ¡Cómo si fueras a dejarme!

Tal vez cortarte un poquito las piernas, y hacerle un par

de extensiones a las mías, para que tengas que estirarte

casi casi todo el tiempo.

Pero ponerme en puntas de pie siempre me fue tan natural, que mejor

dejarlo así.

Y un día me pondré en puntas de pie, y te

agarraré de la mano. Y te impulsaré a saltar,

conmigo.

Y a caer,

y a gritar.

Conmigo. Y así descubrir un poquito,

un poquito,

poquito más

por qué ponerme en puntas de pie siempre fue tan natural. En mí.


11/09

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